
Construyendo una Identidad Colectiva: Reflexiones sobre la Cultura Colombiana y la Juventud
Share
Hace ya varios años, un profesor de la universidad lanzó una pregunta a la clase: ¿Qué es eso único con lo que todos los colombianos se sentirían identificados? Varias respuestas se lanzaron, pero ninguna fue lo suficientemente acertada para abarcar todo el territorio colombiano.
Mi respuesta personal fue la cumbia; para mí, es madre de ritmo y una de las expresiones folclóricas más importantes del país. Pero, por ejemplo, esta nada tiene que ver con ciudades como Pasto, completamente ajenas al valor simbólico que se le da en la costa Caribe. Esto me llevó a pensar que no existe una verdadera cultura colombiana.
El centro del país vive demasiado ajeno a las regiones periféricas y sus realidades, mientras que las otras regiones del país viven sus propias realidades ajenas a lo que pasa en el centro. Tenemos un lenguaje en común, pero miles de acentos; tenemos unos símbolos en común, pero no corresponden a la extensión del territorio; tenemos ritmos folclóricos, pero entre regiones son ajenos entre sí; tenemos ciertos valores en común, pero no siempre son compartidos entre todos sus habitantes.
En el texto de Benedict Anderson Comunidades imaginadas, se explica cómo las personas, en colectivo, crean las sociedades a partir de símbolos, instituciones y narrativas.
Hace muchísimos años, antes de la llegada de los colonizadores a nuestro país, ya había una identidad más o menos conformada, sociedades organizadas en grupos culturales, lingüísticos y sociales con jerarquías, cosmovisiones y economía agrícola. Éramos un intento de lo que menciona Anderson como personas que conformaban una nación. No quisiera decir que estábamos listos para ello, pues se necesitarían muchísimos años más para que dichas sociedades consolidaran su cultura, como hoy podemos apreciar en otros países que sí tuvieron el tiempo para ello. Sin embargo, nosotros fuimos brutalmente atravesados por un proceso de colonización extremadamente violento y nocivo para los procesos de fortalecimiento de las instituciones culturales. Nos quedamos a medias. No siendo esto suficiente, el tipo de colonización que recibimos fue de mestizaje, donde, si bien nos trajeron cosas positivas, también nos enseñaron que lo que hacíamos debía ser mejorado por la cultura extranjera, pensamiento que en el presente sigue siendo difícil de erradicar. Nos dejaron a medias, nos hicieron dudar de que lo nuestro tiene valor y seguimos siendo tan jóvenes en esto de crear una identidad.
Todo eso se ve exacerbado en nuestra historia moderna, cuando el capitalismo, la globalización y la facilidad con la que nos conectamos con otros nos ha hecho mirar hacia afuera y adoptar la hibridación cultural como entorno natural, negándonos a lo popular. El antropólogo argentino Néstor García Canclini, en su libro titulado Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad, explica que la hibridación cultural es un proceso en el cual dos o más culturas distintas se mezclan, fusionando elementos de cada una para dar origen a nuevas expresiones culturales. Esto puede ser resultado de la migración, la colonización, el comercio, la globalización y otros procesos sociales y económicos. Por eso, nuestros referentes en la construcción de moda, cultura y sociedad siempre han estado muy inclinados a adoptar estilos norteamericanos y europeos.
Cuando suelo pensar en todo esto que les comenté anteriormente, me genera muchísima frustración y nostalgia por lo que podríamos haber sido, un futuro idílico que no conozco y me quedaría a medias solo al imaginar. ¿Quiénes seríamos? ¿Cómo nos vestiríamos? ¿Qué música escucharíamos? ¿Cómo habría evolucionado todo eso a través del tiempo? Preguntas que quizás nunca sean del todo respondidas.
Ahora bien, la evolución cultural no es un proceso estático, pues siempre estamos construyendo cultura en este país. Cuando celebramos las fiestas del pueblo de donde es tu familia; cuando cerramos calles para celebrar un cumpleaños; cuando organizamos una mesa con buñuelos para celebrar el nacimiento del niño Jesús; cuando nos tomamos espacios para celebrar nuestros propios géneros y los mejoramos; cuando reivindicamos los tejidos de nuestros artesanos; cuando elegimos prendas locales como la ruana; cuando leemos literatura de nuestros connacionales.
Últimamente, este sentimiento de latinoamericanidad se ha intensificado en la región producto de muchos estímulos políticos y sociales, como: la preocupación por la gentrificación y los nómadas digitales extranjeros que aumentan los costos de vida de los residentes locales; lo irrespetuosos que son los extranjeros en nuestras playas, como cuando en las playas mexicanas solicitaron prohibir la música de banda por el ruido; la facilidad con la que pasan por encima de nuestras leyes, como la facilidad con la que ciudades como Medellín o Cartagena son conocidas por ser propicias para el tráfico sexual; el resurgimiento del nacionalismo estadounidense, que ha llevado a la expulsión de connacionales como delincuentes y ha dado lugar al alza de la xenofobia; las guerras arancelarias que, entre otras cosas, incitan al consumo nacional y nos hacen reincidir en la idea de que no somos más que una apuesta transaccional, más que un aliado; somos el patio trasero. Y, por último, pero para nada menos importante, el álbum de Bad Bunny que, para el público general y las nuevas generaciones, ha sido la bandera para volver a mirar hacia lo nuestro.

Toda esta ola de cosas que me he explayado en explicar me ha llevado a pensar en mi papel y el de nosotros como jóvenes en la responsabilidad que tenemos de seguir construyendo identidad y cultura, desde lo que vestimos, lo que escuchamos y lo que hacemos. La doctora en comunicación Ángela Piedad Garcés Montoya, en su texto Identidad fragmentada... Identidad performativa: del estilo a las culturas juveniles, explica cómo, en el presente, las culturas juveniles rompen con las identidades tradicionales, generando identidades inestables, móviles y sin arraigo fijo.
Me toca profundamente la idea de que los jóvenes crean y recrean su identidad a través de acciones y prácticas culturales; nos tomamos espacios como calles, parques y esquinas para construir nuestra identidad, que emerge en culturas alternativas como el hip hop, el grafiti y los colectivos juveniles; utilizamos la música como una fuerza identitaria que define pertenencia y estilos de vida; y utilizamos códigos sociales como la ropa y la forma en la que la consumimos para identificarnos.
Creo que no se trata de aferrarnos con todas nuestras fuerzas a los conceptos más tradicionales de lo que es la colombianidad ni aferrarnos al pasado más tradicional, pues, como ya he mencionado antes, la evolución cultural no es un proceso estático. Más bien, es entender que vivimos muchas realidades dentro de nuestra generación y construir, a través de esa pluralidad, creando y recreando la cultura a través de lo que ya conocemos.
Un ejemplo de esto es el nacimiento de la guaracha como género musical: toma géneros tradicionales provenientes de ritmos tropicales como la cumbia, el porro, el vallenato, la champeta africana, entre otros, y los mezcla con bases electrónicas, inspirados en géneros como el house y el techno. Hoy en día, es uno de los representantes musicales más importantes en el exterior. Así como este ejemplo, también podemos tomar otros ejemplos dentro del mundo de la moda. Uno muy claro es lo que hoy conocemos como la estética "grilla", que nace de lo popular, la industrialización textil y los centros comerciales de bajo costo en la ciudad de Medellín, alimentándose de ropa deportiva, accesorios llamativos y géneros musicales como el reguetón y el hip-hop. Durante muchos años representó una connotación negativa porque aludía a una clase trabajadora, algunas de ellas producto de migración interna y popular; pero hoy en día es un concepto en reivindicación por marcas locales y nacionales que lo presentan en pasarelas de moda y visten muchos artistas del género urbano.
Nuestro proceso de creación de identidad fue contenido, hibridado y, finalmente, elegimos mirar hacia afuera para llenar esa falta de identidad, rechazando todo lo popular. Pero los procesos culturales, algunos imperceptibles en sus inicios, no pueden ser frenados, puesto que los pueblos y sociedades tienden a buscar símbolos que los hagan relacionarse entre sí. Esto mismo ha pasado recientemente en Latinoamérica, producto de un resurgimiento de latinidad en rechazo a los abusos de extranjeros en nuestro territorio. La esperanza, sin duda, de crear una identidad colombiana en el presente está en nosotros, los jóvenes, que creamos culturas desde nuestras realidades heterogéneas y las transformamos para reivindicarlas, haciéndolas propias, creando códigos y nuevos significados. La cultura se reinventa constantemente a través de las experiencias, la música, la moda y las tradiciones que, aunque diversas, convergen para forjar una identidad colectiva más inclusiva y auténtica. En este contexto, la esperanza radica en la capacidad de las nuevas generaciones para transformar lo tradicional y lo moderno en una identidad viva que continúe evolucionando.
Carta de la semana:
💌 Querida amiga, te he presentado en este blog los temas que no me dejan dormir y por los cuales he tenido miles de discusiones los últimos años, que me han llevado a las conclusiones que te presenté. Mi invitación esta semana es a valorar lo nuestro, pero también a innovar, reinterpretar y celebrar la diversidad que nos une. Los momentos en los que más me he sentido así son haciendo parte de los espacios de autogestión cultural o en los habilitados por la Secretaría de Cultura, o yendo a eventos de colectivos con los que me siento simbólicamente alineada. Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de contribuir a una cultura que refleje nuestras realidades, nuestros sueños y nuestras experiencias. 💌
Por: @Stargirrrl